Hace mucho tiempo, en un
bosque muy lejano, llegó el otoño y, con él, se acercaba el frío Viento del
Norte. Todos los pájaros que vivían allí se vieron obligados a emigrar en busca
de sitios más cálidos.
Solamente quedaba un
pobre pajarito, que tenía un ala rota. Debía encontrar pronto un lugar donde
refugiarse para no morirse de frío. Entonces se dio cuenta que a su alrededor
había muchos árboles. "Seguro que me prestarán cobijo", pensó.
El primer árbol que se
encontró era un fuerte roble. El pajarito pensó que le daría permiso para
refugiarse entre sus ramas hasta la llegada del buen tiempo. Sin embargo, el
roble, muy enfadado, le dijo: "Si te dejo quedar, picotearás mis
bellotas".
Entonces, el pájaro vio otro árbol, de hojas plateadas y tronco
blanco. Era un álamo. Pensó que le daría refugio. Le contó su problema, pero el
álamo le echó, diciéndole que iba a manchar sus bonitas hojas y su blanquísimo
tronco.
Cerca de allí, había un sauce, que con sus
largas ramas, podía cobijarse de los fríos que se avecinaban. Pero igual que
los demás, le rechazó.
El pobre pajarito, con su ala rota, se fue desconsolado,
vagando sin rumbo fijo, cuando se encontró un abeto. Le preguntó qué le pasaba
y, al escuchar su triste historia, el abeto le ofreció sus ramas, contento de
tener compañía para todo el invierno. El pino, que estaba cerca del abeto, se
ofreció para protegerle del viento y el enebro le dio bayas para que no muriera
de hambre.
Entonces, empezó a soplar el Viento del Norte, fuerte y frío.
Pasaba de árbol a árbol y sus hojas iban cayendo unas tras otras. Al llegar a
los árboles dónde estaba el pajarito, el Viento del Norte estaba a punto de
soplar con fuerza cuando el Rey de los Vientos le vio y le dijo:
"¡ Apúrate! Puedes desnudar a todos los árboles menos a los que han ayudado
al pájaro". Y se fue.
Y por esta razón, algunos árboles pierden sus
hojas cuando llega el otoño y otros las mantienen todo el año.